Madrid, 21 de noviembre de 2010
Imaginen que llevan a su hija de 11 años a un cumpleaños en casa de una amiga, al que también acuden el resto de compañeros del cole. Es una niña normas, feliz, trabajadora… y de sexo sabe lo que ustedes, según ella ha ido creciendo y según sus preguntas, le han ido contando (que el sexo ha de ir unido al amor, de donde vienen los niños, que es ser homosexual, la menstruación que pronto le llegará… y poco más).
Pero de aquella fiesta sale confusa habiendo oído hablar, a sus compañeros y a la madre de su amiga, de “como lo hacen los gays”, “preservativos de sabores”, “cremas y hormonas que impiden la fecundación”, “que el Kamasutra es un libro de posturas”…
Probablemente su reacción inmediata sería hablar con la madre de la amiga y pedirle explicaciones. Pero ella contesta que los niños preguntaban, así que tuvo que contestar. Pero no es verdad, la mayoría no preguntaba, sólo unos pocos, desde luego su hija no preguntó nada, y aunque lo hubiera hecho por qué no respondió a la primera pregunta diciendo “eso pregúntaselo a tus padres que son quienes mejor te lo van a contar”, es lo que hubiéramos hecho cualquiera.
Pero no, esa señora sin conocerle a usted (sus ideas, criterios con que educa a su hija…) ni conocer a su hija (su sensibilidad, su grado de madurez…) DECIDIÓ que ya era el momento de que su hija se enterara de ciertas cosas, DECIDIÓ que usted no iba a ser capaz de explicárselas, DECIDIÓ que ella era la más indicada para hacerlo (si bien sus explicaciones debieron dejar bastante que desear si nos atenemos al grado de confusión que ahora tiene su hija) y DECIDIÓ que todo aquello se podía contar sin más, como el que relata unos hechos que suelen ocurrir, sin que haga falta añadir ninguna valoración moral de los mismos.
Pues bien, sustituyan el cumpleaños por la clase de conocimiento del medio de 6º de Primaria, y a la madre de la historia por la profesora que DECIDIÓ que no tenía que limitarse a explicar la reproducción humana como está programado en la asignatura, y sabrán lo que le ha pasado a mi hija de 11 años.
Cada vez hay más gente que se cree con derecho a mangonear a los hijos de los demás. Por favor padres, ¡DESPIERTEN!, la educación de sus hijos es su deber y su derecho, no nos la dejemos arrebatar.
Una madre indignada.
Mi hijo de once años no entra, para evitar estas cosas.
Nos tienen en el recreo a él y a mi que voy a recogerlo todos los lunes a la 13:15 y los viernes a la misma hora.
Estoy días está haciendo una temperatura otoñal y agradable pero veremos que pasa cuando arrecie el frío.
Aunque prefiero tener que curale un catarro que otras cosas peores.
Suerte madre indignada. Hay que seguir peleando como he oido hoy en una película: «hasta que los corderos se vuelvan leones»
Enhorabuena Monse por esa carta. Yo también tuve un problema con la” educación sexual” el año pasado con mis hijos y me siento totalmente identificada en esa carta. Gracias por estar al pie del cañon.